martes, 28 de abril de 2009

Trenes que no llegan.

Creo que no hay cosa en el mundo que odie más que correr. Y, si encima corro, sudo y me canso sin conseguir llegar a la meta, la sangre me hierve en las venas. Y eso ha sido lo que he hecho todo este fin de semana.
La idea era bajar el viernes en tren hasta Lecce, aceptando la invitación de una amiga italiana de Jose que nos ha ofrecido su casa, después de que nos cancelaran el viaje organizado al lago de Como (que esperábamos con la misma ilusión que un niño espera el día de Reyes). Pero al llegar a la estación el panorama era el siguiente: un tren parado, la gente asomando medio cuerpo por las ventanas con cara de desesperación, un trabajador de trenitalia soportando quejas y la noticia de que nuestro tren lleva 3 horas de retraso. Como mi sangre ya hervía y no es necesario hacer muchos esfuerzos para contagiarme la mala hostia, acabamos quedándonos en Bolonia. La mañana del sábado la hemos pasado en las ventanillas de la estación, pidiendo el reembolso de los 35 euros que nos costó el billete. Por la tarde decidimos venir hasta el pueblo, a vivir aquí la fiesta de la liberación y... hemos perdido el último autobús. Como las opciones pasaban por volver a Bolonia o hacer autostop, escogimos la segunda y vinimos con un pintor de un pueblo cercano, que se había mudado por amor, se le había muerto el amor nada más llegar al pueblo, conocía España por el camino de Santiago, tenía como hobby practicar boxeo y le acababan de poner un ojo morado hacía sólo 2 semanas.
Tuve ocasión de ver el pueblo con algo de vida y de saborear los vinos italianos. Y de constatar que cada vez que me quedo un fin de semana aquí, el lunes estoy que muerdo.

miércoles, 15 de abril de 2009

Mercadillo, bocata y dolor de pies.

Así se puede resumir mi Semana Santa, aunque bien podría añadir “estación de tren, tiempo inestable y catarro”.
Siento que no estoy aprendiendo demasiado el idioma, pero aprovecho mi tiempo libre para moverme usando un dinero que no tengo y para enfadarme porque los billetes de 5 euros que viven en mi cartera no se aparean, ni se reproducen y crían hijos de 100 euros (o, ya puestos, de 500).
He estado en Módena, Parma, Verona, Ferrara y Ravenna. Lo he visto todo un poco por encima, ayudada en los mejores casos por un mapa (que no sé leer) y en otros por la desvergüenza y el italiano mapuche de Jose, mi compañero de viajes y de fatigas. (Por supuesto, debo decir que su italiano será mapuche, pero al menos tiene el coraje suficiente para utilizarlo y es capaz de leer un mapa, no como la que escribe). Cada uno ha sacado sus propias conclusiones de cada lugar. Yo me he enamorado de Parma; de su mercadillo, de su gente joven sentada al sol en el parque, de la limpieza de sus calles. Y me ha gustado Verona, con todas esas parejas visitando la casa de Julieta, pagando y haciendo colas imposibles que no he llegado a ver (por culpa de llegar un día festivo más tarde de las 6, que es la hora en la que los italianos cierran el chiringuito y se van a sus casas) para tocarle un pecho a la susodicha y hacerse la fotografía de turno. Nada de museos y exposiciones porque hay que pagar. Conclusiones vagas y un poco pobres. Como la que escribe.