Así se puede resumir mi Semana Santa, aunque bien podría añadir “estación de tren, tiempo inestable y catarro”.
Siento que no estoy aprendiendo demasiado el idioma, pero aprovecho mi tiempo libre para moverme usando un dinero que no tengo y para enfadarme porque los billetes de 5 euros que viven en mi cartera no se aparean, ni se reproducen y crían hijos de 100 euros (o, ya puestos, de 500).
He estado en Módena, Parma, Verona, Ferrara y Ravenna. Lo he visto todo un poco por encima, ayudada en los mejores casos por un mapa (que no sé leer) y en otros por la desvergüenza y el italiano mapuche de Jose, mi compañero de viajes y de fatigas. (Por supuesto, debo decir que su italiano será mapuche, pero al menos tiene el coraje suficiente para utilizarlo y es capaz de leer un mapa, no como la que escribe). Cada uno ha sacado sus propias conclusiones de cada lugar. Yo me he enamorado de Parma; de su mercadillo, de su gente joven sentada al sol en el parque, de la limpieza de sus calles. Y me ha gustado Verona, con todas esas parejas visitando la casa de Julieta, pagando y haciendo colas imposibles que no he llegado a ver (por culpa de llegar un día festivo más tarde de las 6, que es la hora en la que los italianos cierran el chiringuito y se van a sus casas) para tocarle un pecho a la susodicha y hacerse la fotografía de turno. Nada de museos y exposiciones porque hay que pagar. Conclusiones vagas y un poco pobres. Como la que escribe.
Ha merecido la pena
Hace 15 años
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